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Toño Camuñas

La pintura de Toño Camuñas es una aberración reflejo de la distorsión que proyecta nuestro mundo y de la angustia rebasada de vivir al límite de las posibilidades de la moral, la falsa moral y definitivamente la no moral. La moral de la supervivencia e intemperie que impera en el submundo de yonquis, putas y viejos lobos de mar tatuados hasta la médula y con los ojos desorbitados por la tragedia humana, que, nada nuevo, se calca a sí misma a través de los siglos. Estos personajes viven como si la tierra fuera el cuerpo de una vieja y desgastada adicta que por sobredosis se hubiera asomado al colapso un par de veces y de manera milagrosa haya vuelto a la vida, albergando a estos seres que parecieran abotargados por la falta de oxigeno, las compulsiones de todo tipo y la afición por ciertos excesos que se diluyen en la sangre.

Hay cosas que están escritas de antemano y sólo es cuestión de esperar el momento de la revelación, de la epifanía macabra, de percibir cómo al lado de la belleza rondan, superpuestas, las moscas y el espíritu de la putrefacción. Esos monstruos tatuados esconden en su cuerpo llaves de alusiones a un mundo más pesado, urdido por confabulaciones metafísicas rabiosas y con la respiración filosófica del esperpento existencial, que Camuñas acaba conviertiendo en una práctica estética. La experiencia de vivir en sociedad es de por sí esperpéntica, con unos alicientes casi siempre burdos y más bien estrambóticos, vean si no al chango Ptolomeo donde se proyectan al completo las ambiciones del hombre moderno.

Esta narrativa subtérranea, del inframundo más bien, se basa en un fluir continuo a través de diferentes realidades matéricas y niveles simbólicos de significación, sumergiéndonos cada una de estas estampas diabólicas en una situación y estado de ánimo totalmente inéditos y matizados por la ponzoña sugerida, descabellada y letal. Postales del subconsciente desordenado, representaciones de energía oculta y en general tóxica.

Algunas de esas imágenes esperan a Camuñas en los muros de las calles de Berlín, donde los arranca para su posterior intervención, en el mercado de la Lagunilla del Df o vuelan directamente desde el Lejano Oriente, para que este artista madrileño y nómada inunde las estampas de arte erótico japonés de tiniebla y ensoñaciones opiáceas que recrean los sueños más perversos del esperpento que tanto habitó en Goya o en Grosz.

¿Quién dijo Deriva?

Ruben Bonet

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